Para espantar las moscas el ventilador de la carnicería tiene unas largas tiras de papel pegadas a las aspas.
Pero igual las moscas bailan su condena con cierta elegancia y precaución.
Porque hay una parrilla de luz violeta y fría que las electrocuta sin piedad si llegan a torcer el vuelo hacia esa Nueva York de muerte.
Y abajo…
¡ ay abajo!
Abajo hay trozos de carne color lacre.
Amputaciones de un perverso cirujano de vacas, chivitos y lechones.
Las mujeres y los hombres mas colorados y redondos del planeta se agolpan frente al mostrador babeando sus futuros asados a las brasas.
Mientras que un perro flaco y lastimado se acerca al tumulto recordando las últimas miradas del ganado.
Cielos suaves sobre pastos tiernos donde chista el sol.
Donde el molino grazna y lanza bocanadas de agua fresca.
Donde se abre el asombro circular de un tanque australiano en plena pampa.
Y un niño negro anuncia “la llegada del reino de la espiga”.
jueves, 1 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario